Capítulo 1.

Es una fría mañana de invierno, me abrigo lo mejor que puedo y me enfundo mi vieja peluca de cabello largo y negro. En la cueva donde habito normalmente no hace frío, siempre tengo un fuego a la entrada, aunque sea pequeño, además me acompaña siempre algún que otro animal del bosque, que me calientan la cama.

Hoy voy al mercado de la ciudad, se encuentra al otro lado del gran río, del que solo hay un puente y no está muy bien avenido. Aunque no me gusta demasiado tener contacto con ese tipo de ser vivo desagradable llamado ''gente'', de vez en cuando tengo que ir a la ciudad, para conseguir cosas que a éste lado del río no puedo.

Me tengo que disfrazar, pues a éstos parece no gustarles demasiado mi pelo de hilo de cobre y mis ojos color alilado, ya que creo que nadie más los tiene así.
Esta vez recojo por el camino flores, para venderlas y poder comprar después otras cosas. Las voy metiendo en una cesta de mimbre, primero unas pequeñas blancas de tallo largo con un verde intenso, son como campanillas. Le sigue otro tipo de flor, que sus pétalos van en racimo, éstas son rojas. Los dos últimos tipos son como margaritas, pero unas en blanco con el centro en morado y otras roja con la punta de sus delicadas hojas en amarillo y algo de su centro también en este color. Hasta que mi cesta queda repleta. La miro y me huelen tan bien que da pena que se las lleven otros. Las cogí yo. 

Ya estoy llegando al puente, y de todas formas le he cogido gustillo a esto de disfrazarme y ponerme pelucas, puedo ser una persona cada ver, actúo como quiero en cada ocasión, porque nadie me recuerda, no saben quién soy. Y mejor que sea así.





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